EJERCICIO DE NARRACION
Realizado de la misma escena, pero desde una perspectiva y un enfoque diferente.
1
Lucrecio se percató cuando se plantó en la entrada, de lo grande y lujoso que era este edificio. El casino había sido construido como una casa de algún rico del siglo XIX, y luego había sido transformado durante la dictadura en uno de los centros de detención de la policía secreta, manchando sus paredes de sangre y dolor. Luego de la muerte del tirano, un hombre llamado Potosí Almonte la transformó en una de las casa de putas más lujosas de la ciudad, manchando ahora sus paredes de sexo y sudor. Siguió siéndolo hasta finales del siglo XX, cuando reformaciones que nunca terminaban lo habían transformado en un casino para mantener entretenidos los miles y miles de turistas sudorosos e hinchados por las picaduras de mosquitos y cerveza que venían a esta ilustre ciudad con olor a mercado podrido.
Entró en el salón principal y no pudo evitar preguntarse ¿por qué no fue aquí con un público congregado buscando placer y decadencia que nunca olvidarían el rostro del hombre que esa noche sofocante había manchado sus trajes y vestidos con pedazos de su memoria, donde se quito la vida? Le hubiera gustado mucho morir así. Se imaginaba como parte de la escena final de la película de “Encuentro cercano del tercer tipo”, o “Cocoons” la de los viejitos que se iban con los seres de luces a otro planeta, y en las dos había un gran público que presenciaba el gran espectáculo. Así moría Lucrecio Silfrido de la Concha, quitándose la vida no en un destello fugaz de luz, sino con estrepitoso cañonazo en la boca, y no como un acto limpio y meticuloso, sino como el reguero de plumas que deja un pollo atropellado en una carretera o una gran cucaracha aplastada en la acera.
Entró en el lugar caminando muy recto, caminando a su propio escenario, con las luces y las mirada dirigidas todas hacia el. Y así pasó la noche jugando y ganando y con tan buen animo que no le puso atención a la sombra de la muerte que se le aparecía en los rincones y las esquinas del salón y hasta meando en el ultimo urinal del baño para caballeros, con la sotana negra levantada sobre las rodillas y la guadaña recostada del muro.
Regresó a su casa, la muerte a su lado, los dos sin hablar. Regresó no en bancarrota como se había imaginado sino con una fortuna en su haber. Y así hasta el final mantuvo el buen sentido de humor que le había llegado en el momento que había decidido quitarse la vida y también tuvo suficiente lucidez como para decirle a su perro que lo miraba con ojos de pena: “Maldita vaina la mía, pasé toda la vida pobre, pa morirme rico”.
Se metió la pistola en la boca, se sentó bien derechito y con el culito levantadito como un alumno aplicado, y no pudo escuchar el clic del gatillo.
2
La entrada al casino era ancha, unos cuantos escalones de mármol labrado. La gracia y cuidado de todas las cosas le habían hecho olvidar el propósito de esta visita. Jugaría todo su dinero, como si fuera un último deseo que se le concede a un condenado a fusilar. Así quizás ahorraría ciertos papeleos a la familia.
Como los casinos son lugares llenos de prejuicios como cualquier institución vieja, se había vestido con su mejor traje, negro con corte italiano, pantalones rectos, camisa de seda blanca, y corbata fucsia, y los mejores zapatos que encontró. Al verse en el espejo se sorprendió de descubrirse vestido, sin quererlo, para un funeral.
Se sentó en la mesa y se dio cuenta de cómo el crupier lo había escrutiñado por completo, y se pregunto si sus prejuicios, así como los del portero, los de la chica que lo atendió en el bar, los de la seguridad que estaba viendo por las cámaras y todos los demás había sido satisfecha. Así empezó a jugar, disfrutando de las pequeñas cosas que ofrece un casino que hasta ese momento nunca había disfrutado: los dados brillantes como perlas cuadradas y su titilar al rodar, el terciopelo verde que cubría la mesa, sintió la textura dura y suave de las cartas. Luego de un rato, volvió a concentrarse en el juego y en los que estaban alrededor de la mesa y vio como todos los estaban viendo, algunos con admiración, otros recelosos. Se percató de que había estado ganando todo ese tiempo y que sus ganancias debían estar cerca del millón. Este descubrimiento lo lleno de tristeza y le dio la fuerza que quizás le faltaba para llevar a cabo su plan. Se preguntaba si también su muerte iba a ser un plan contrariado y fracasado.
Recuperó su dinero y con poco ánimo se alejo de la mesa decidiéndose, esquivó los brazos de una chica. Salió y subió a su coche, Llegó a su casa y se sirvió un trago de wisky, cerró la botella lentamente, tomó la pistola que estaba cargada, la llevo a su boca. No le dio tiempo ni de escuchar un fuerte sonido, ni siquiera se dio cuenta de cuando apretó el gatillo.
3
Así lo habías decido y no te echarías para atrás. No dudaste en mandar a tu jefe a revolcarse en su propia mierda, y hoy te vas a quitar la vida aunque dios no lo quiera COJONES!
Te percatas que tu decisión te ha calmado y ya las manos no te sudan cuando caminas, ni te tiemblan cuando llevas el cigarrillo a la boca, ni te salpicas el pantalón cuando meas; y como pocas veces te sientes tranquilo y seguro, sientes que eres otro, sientes que eres no ya tu mismo, que tú no eres tú, y que tú no estás ahí, ni aquí; y te sientes como otro, y te preguntas si así se siente tu jefe.
Así que has ganado una fortuna esta noche, pero eso no te hará dudar cierto? Seguro que esto; el haberte hecho rico el día de tu muerte, no es más que otra treta de la vida para que cambies tu rumbo, te desvíes por otros caminos.
Fuiste al casino, para darte una última jugada, un último trago, un último polvo que no se dio. Fuiste a perderlo todo, a dejar como testamento que lo habías planeado perderlo todo, que habías reflexionado ante la muerte, que decidiste matarte y que lo hiciste con calma.
Sin embargo, cruzaste tu Rubicón y ya no hay marcha atrás, sientes que la pistola en tus manos se vuelve ligera, más ligera que antes, que se vuelve más manejable, que se te hace más familiar. Te la llevas lentamente a la boca y las manos no te tiemblan COJONES! Abres la boca y en ella sientes el frío del acero, el metálico tacto del canon, aprietas el gatillo y una sensación de olvido y paz, de paz y olvido se apodera de ti, como el que sientes en un lugar oscuro, frío y húmedo del cual ya no te acuerdas. Cuando aprietas el gatillo, sabes que ese lugar frio no es un recuerdo, mas bien es profético.